Homenaje a la vieja estación
SAN JUAN 28 Jun (Diario de Cuyo).-"...Hoy volví a recorrer lo que fue su andén, sus imponentes portales, sus boleterías de ausencia, sus corredores atestados de murmullos que ya no son vida,...''.
Había quedado en un desvío de mi niñez, herida entre el desconcierto por la pérdida y la indignación por la barbarie de esos años de depredación del país y de la historia; como una costra de sombras se había ensimismado para morir entre la indiferencia y la desmemoria.
Hoy volví a recorrer lo que fue su andén, sus imponentes portales, sus boleterías de ausencia, sus corredores atestados de murmullos que ya no son vida, pero que habitan los reservorios de la remembranza; aires cálidos de aquellos días cuando el tren comparecía a llenar la tarde y soltar entre presurosos andenes los ruiseñores de la gente que arribaba con el corazón del país en sus bolsillos o trepaba a su calidez y se marchaba a otros rumbos.
Me paré un instante en el hall central y la figura pequeña y rústica de mi abuelo ferroviario, que vivía a pocas cuadras de allí, se me vino en dulce leyenda; aquellos pitazos que acribillaban de vida el atardecer, los faroles que se mecían en la gran hamaca de la noche; la zorra que venía en anticipo de la llegada del Cuyano o el Aconcagua. Aunque se haya asesinado el progreso, todo puede volver a ser, y el sacrilegio de la supresión de los ferrocarriles ha de ser una herida no tan absurda, si alguien se obstina en edificar jardines entre las ruinas, erigir cuchicheos en el silencio y no permitir que nadie les prive del derecho del que gozan todos los pueblos del mundo a comunicarse por el medio más adecuado que existe.
La vieja estación, por lo menos, es hoy un positivo Ave Fénix, un museo de lo que ya no es pero que no se resigna gritar que fue gloria; se eleva por sobre los depredadores y los pobres menesterosos del progreso para seguir viviendo; recuperó algo del aliento, cercada de jardines y buenas conciencias, volvió a la vida a su humilde modo. Quiera Dios que la comprensión de la incomprensión que entraña muchas veces la política, los buenos funcionarios, se entreguen a la idea de integrar esos espacios y pueblos donde en el ayer fragante hubo vida y luego se instalara el espectro de la muerte, para que la tristeza casi infinita de la pérdida de los ferrocarriles vaya trocándose, poco a poco, en alientos recuperados, en impulsos irrefrenables por vivir, a pesar de tanto daño.
Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete
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