Bienvenidos al tren
BAHIA BLANCA 10 Jul(LaNuevaProvincia).-El trayecto ferroviario entre Bahía Blanca y Plaza Constitución es una verdadera odisea de casi 15 horas, que pone a los pasajeros al borde del sacrificio o la exasperación. Entre manchas, basura y roturas, una mirada para conocer cómo viaja la gente. La primera impresión es buena. Con una iluminación cuidada, que busca resaltar sus líneas neoclásicas de inspiración francesa, la fachada exterior de la Estación Sud se muestra imponente, dominando el paisaje de la avenida Cerri con la autoridad que le confiere un siglo de existencia. El encanto que despiertan las refacciones y la cálida confitería, con sus paredes de nogal cubiertas por discos prestados por el Club del Vinilo, se desvanece en apenas diez metros, apenas se cruza el umbral que lleva al hall de entrada. Es ahí, exactamente en el sector previo a las boleterías, donde aparecen las primeras señales de abandono. No hay luz ni calefacción, pero sí anticipos del viento helado que corre a lo largo del andén. Son casi las 19 horas de un jueves, y la temperatura apenas supera los 3ºC. Dentro de 40 minutos saldrá el tren 1352 con destino a la Estación Constitución, por vía Lamadrid, en un viaje de 680 kilómetros que se parece más a la procesión de un Vía Crucis que a un recorrido comercial. La comparación no es antojadiza: hay paradas previstas en Tres Picos, Tornquist, Dufaur, Saavedra, Pigüé, Arroyo Corto, Cura Malal, Coronel Suárez, La Colina, General Lamadrid, Las Martinetas, Olavarría, Hinojo, Azul, Cacharí, Las Flores, Coronel Boerr, Vilela, Gorchs, Videla Dorna, San Miguel del Monte, Abbott, La Noria y Cañuelas. Si todo sale bien, el viaje demandará unas 14 horas 40 minutos. Nunca menos, pero casi siempre un poco más. La formación de esta noche tiene siete vagones: tres de la clase Turista, dos de Pullman, uno de Primera y el coche Comedor. Datan de 1978, al igual que la locomotora diesel General Motors GT-22, rearmada hace poco en los Talleres Maldonado. Por las ventanas, astilladas por piedrazos, puede verse que ya subieron cerca de 20 pasajeros, en su mayoría gente mayor o con niños, que quisieron resguardarse del frío invernal. Otros cinco, más jóvenes, aprovechan los últimos minutos en el andén para fumar un cigarrilo a las apuradas o para buscar agua caliente para el termo. Todos ellos, sin excepción, llevan una frazada junto con el bolso o la mochila. Saben que la madrugada traerá temperaturas bajo cero y que la calefacción no siempre viene incluida con el pasaje. Los dos vendedores ambulantes que suelen caminar por la Estación ni siquiera se esfuerzan por captar su atención con ofertas de bebidas y golosinas. Todos parecen resignados a su suerte de bolsillos vacíos. Apenas se suben los dos peldaños de la escalerilla, la Primera clase empieza a mostrar toda su orfandad. Los baños ya están sucios, con ese olor ácido propio de la orina rancia. En la puerta que separa a ese cubículo del vagón propiamente dicho, un aviso escrito con marcador blanco cruza la puerta en diagonal y es imposible no verlo: "Hago p... a domicilio (0227) 154...". No se sabe si es broma u oferta, pero da lástima. Dentro, el pasillo parece con el piso recién barrido. "Esto de hoy es un lujo", suelta Eduardo, un pasajero que dice realizar el mismo viaje con cierta frecuencia. "Casi siempre es un asco, lleno de papeles, basura y charcos de agua", cuenta. Es curioso: pese a sus críticas, remarca que no cambiaría el tren por ninguna otra forma de transporte, ni siquiera si los ómnibus decidieran bajar sus elevadas tarifas. La mayoría de los sillones de cuerina verde están desgarrados, dejando ver sus tripas de gomaespuma. No queda claro si están así por la falta de mantenimiento o por la desidia de pasajeros desaprensivos. En todo caso, todavía permiten que alguien se siente y eso es lo único que le importa a la empresa. Faltan algunas luces en el techo, pero eso no impide ver las pintadas que invocan a varios clubes del fútbol local, bandas de rock o apodos personales que testimonian el paso por este mismo espacio, en algún pasado reciente que también fue desangelado. Por 55 pesos podría ofrecerse algo más digno. El sector Pullman luce algo mejor, acaso por la brisa tibia que llega desde el sistema de calefacción, por la luz más intensa o porque los sillones, en este caso azules, están menos castigados. Apenas hay cuatro pasajeros. Tienen caras de sueño, de frío, de ese fastidio casi imperceptible que tienen todos los viajeros en tránsito. Nelly y Alberto, un matrimonio de jubilados ferroviarios, cree que el viaje no es tan malo y que si bien la era dorada de los rieles terminó hace décadas, algo mejor aguarda en las estaciones del porvenir. Para ella, hay una esperanza concreta: Dios se encargará de salvar a los trenes argentinos. Aquí también el piso parece limpio, pero la mugre de las ventanillas apenas si deja intuir qué hay del otro lado, quizás el lado optimista que doña Nelly logra ver con su fe. Pero lo más parecido que pasa es la sombra de un perro. La clase Turista es la que reúne más gente, pero también más descuido. Hay restos de envoltorios, una tira de papel higiénico, manchas que parecen de algún café derramado, apoyabrazos que se salen de su lugar y hasta una de las ventanas no cierra del todo. Sólo falta que se corte la luz para completar la humillación. Ya nada queda de los tiempos del pujante Ferrocarril del Sud, de cuando los trenes llevaban y traían trabajo, esperanzas y novedades; esto ni siquiera se parece a la etapa más modesta del Ferrocarril Roca, cuando sus vías mantenían con vida a varios pueblos de la provincia. Hoy sobrevive algo llamado Ferrobaires, un complejo esquema burócratico-sindical que se reparten las firmas Ferro Expreso Pampeano, Ferrosur Roca y la Ugofe, enemistadas entre sí y siempre dispuestas a no darse una mano. Nada parece alterar este esquema. Ni siquiera las supuestas buenas noticias llegadas hace poco desde La Plata: la intervención a cargo de Antonio Maltana anunció una serie de modernizaciones, las primeras en décadas. Fue una noticia que los viejos empleados de la estación tomaron con un optimismo moderado, como si ya la hubieran escuchado varias veces. Y no están tan equivocados, porque hasta ahora todo se limitó a recibir vacunaciones contra la gripe y promesas de otra tanda de vacunas contra el tétanos. Aunque, en verdad, hay algo más: desde Maldonado cuentan que toda la modernidad prometida se limitará a una prolija pintada de vagones y locomotoras con los colores naranja y blanco, como ya deslizaron desde las oficinas centrales. Son los mismos tonos que utliza la gobernación en su publicidad institucional. El guarda, que se presentó como "Fumagalli", hace sonar el silbato: es el último aviso antes de la salida. Son unos 40 pasajeros; el resto se irá subiendo a lo largo del derrotero. El motor diesel aumenta la potencia y comienza a adelantarse, primero con desgano, como desperezándose. Pero enseguida la mole de acero cobra impulso y empieza a perderse por el punto de fuga que va hacia el cruce de la calle Brandsen. Igual no podrá acelerar mucho. De hecho, difícilmente supere los 40 kilómetros por hora. El estado de las vías no lo permite. Es lo que hay. Buen viaje.
El Belgrano Cargas
SAN JUAN 10 Jul(DiariodeCuyo).-Según la Administración de Infraestructura Ferroviaria del Gobierno nacional, más de veinte empresas vinculadas al transporte ferroviario están interesadas en la compra de los pliegos licitatorios de las obras de renovación de la línea del Ferrocarril Belgrano Cargas, de vital importancia para la economía del centro y Norte del país. Actualmente se está concluyendo el segundo plan de reparación de estaciones junto a 240 kilómetros de vías renovadas, que con la nueva licitación de obras se espera llegar a los 420 km operativos. Los trabajos citados se van a realizar en Santiago del Estero, Chaco, Formosa, Santa Fe y un tramo en Salta. El plan Integral para reactivar el Belgrano Cargas prevé la reconstrucción de 3.200 km de vías, con una inversión de 5.800 millones de dólares, financiados por el Tesoro Nacional, la Corporación Andina de Fomento, el Banco Mundial y el Banco de Desarrollo de China, de manera de pasar de las 600.000 toneladas actuales a 10 millones, en particular de granos, hidrocarburos y minerales. Este ambicioso proyecto no tiene obras en San Juan, no obstante la importancia del flete minero y del resto del aparato productivo, que ahora se ejecuta en camión con costos que pueden llegar a triplicarse. Reflotar el Belgrano Cargas en nuestra provincia no implica inversiones siderales, ya que se pueden recuperar ramales como la conexión a Jáchal sin la complejidad de la infraestructura a licitar, igual que los enlaces a Mendoza y Córdoba, e incluso trazar nuevas vías en nuestro territorio sin necesidad de expropiaciones ni desalojos, como se realizará en otros puntos del país. Las autoridades provinciales deben gestionar en este sentido, porque es parte del desarrollo sanjuanino.
Recuerdos de infancia y tren
SANTA FE 9 Jul(ElLitoral).-El ferrocarril marcó la infancia del autor de este texto, del que publicamos algunos párrafos, a modo de homenaje a una actividad que impulsó la economía de la ciudad y sigue esperando volver a rodar. Cómo extraño el ferrocarril, cómo extraño mis años infantiles, recorrer la Estación Mitre en el sur de la ciudad. Como extraño mi barrio sur, mis calles queridas, Bv. Zavalla, la Gral. López angosta, la Av. Freyre con las tipas. La barra unida de mocosos de 11,12,13 años, jugábamos en todo el territorio ferroviario. Para nosotros era la gloria, en verano e invierno, no hacíamos diferencia, y mejor en vacaciones. Éramos los dueños del lugar, no teníamos policías, guardas o funcionario alguno que nos pusiera trabas. Desde manejar las zorras estacionadas en vías muertas por escasos 20 ó 30 metros, que nos parecían miles de kilómetros, hasta colaborar, ayudar, hacer servicios a los empleados ferroviarios: cuando veíamos la máquina sobre la plataforma (me he olvidado el nombre que tan bien sabía) que giraba 180 grados para ponerla en posición de salida, y dos ferroviarios comenzaban a empujar para girar, nos prendíamos los 4 o 5 para ayudar. Obviamente terminábamos nosotros el trabajo entre las sonrisas de aquellos que, con palabras de aliento, hacían que su trabajo fuese menos pesado. -Van a sacar músculos, chicos-, decían, y nosotros empujábamos más. No obstante el esfuerzo era al principio, luego prácticamente corría sola. Que nosotros solos seamos capaces de dar vuelta semejante máquina era sublime. Jugábamos a policías y ladrones, por supuesto ninguno de nosotros hacía de ladrón, éramos todos policías, detectives, y había que elegir algún personaje o individuo que aparecía por allí haciendo algo distinto a lo habitual para seguirlo e imaginar qué tipo de espía sería. Subir a los trenes de pasajeros vacíos y a los de carga. Ver todo el movimiento; empujar, en las tardes de andenes vacíos, las carretillas de madera con esas ruedas de goma donde dos empujaban y dos iban arriba transformándose la carretilla en una monumental goleta o galeón. Aquellas carretillas eran muy grandes, de madera en listones y tenían una forma de V donde el eje pivoteaba como una balanza. Subir a la gran cabina del cambista de señales en las tardes invernales y lluviosas, compartir su soledad, sus mates y sus bizcochos que nosotros le comprábamos (...) Esos bizcochos y esos mates, (al cual no estábamos acostumbrados, pero igual tomábamos “para no despreciar”) eran el aperitivo de nuestra leche de las 5 o 6 de la tarde, que era rigurosa. El horario dependía de cómo estaba el juego, porque si no, tirones de orejas, pero luego recompensada por las tazas de chocolate, café o mate cocido con leche, pan, manteca y dulce de leche. Y tomábamos todos juntos, una vez en mi casa, otra vez en otras vecinas. Vuelvo a la casilla del cambista, nos enseñaba las señales, y la importancia de su trabajo, indicar el cambio de posición de las vías. Hasta nos dejaba -bajo su dirección- mover las grandes palancas apretando el dispositivo de destrabe para moverlas. Desde la cabina vidriada por los cuatro costados veíamos como se movían las señales y el cambista de tierra movía los contrapesos que modificaban el recorrido de las vías. Cuando llovía, nos embozábamos en capas impermeables, yo tenía un “piloto” encerado que me llegaba hasta los tobillos, y fue herencia de un tío al que le quedó chico, era realmente un impermeable digno de Humprey Bogart, tenía cruzamientos por todos lados y esclavina. A mi también un día me quedó chico. También un día lo regalé, uno de lluvia a un niño que pedía y estaba empapado, ese día tomó la leche en casa y se llevó el “piloto”; tal vez no le dio el uso que yo le diera. Cuando el niño se alejó, vi como se llevaba una parte de mi infancia. Las aventuras no terminaban en la estación sino que continuaba más allá. Caminar por la vía, mirando hacia atrás cada tanto ya que había tránsito seguido, cruzar el puente ferroviario a pie o colgado del tren tanto de pasajeros como de carga y llegar a Santo Tomé, quedarnos en la playa (hoy balneario) bajo los sauces y en la arena (...). Caminar por la vía tenía otro sabor, era el llamado de las “señoras que trabajan” a los más altos y robustos. “¿Querés pasar pibe” Para vos $ 5”, y nosotros decíamos cortésmente: “no señora, gracias”, y seguíamos caminando. Decíamos que no a ellas pero sí a un picado de fútbol con sus hijos y los chicos del lugar. No había diferencia entre los más menos blancos del centro o más o menos bien vestidos, si por bien vestidos era un pantalón sin roturas y un par de zapatillas Pampero sin agujeros, nos conocíamos de nombre (...). Desde la alta cabina mirábamos el continuo tránsito y la gran cantidad de vías, los constantes movimientos de personas. Llegaban trenes de pasajeros al mediodía y a la noche, algunos pasajeros se hospedaban en los hoteles de la zona, otros comían en los restaurantes o fondas. Había pocos taxis, y seguramente los usaban los que tenían dinero. Frente a la puerta de la Estación Mitre pasaba el tranvía 1 (los tranvías se identificaban en su número con un color distinto, el 1 era rojo). Con sus valijas, muchos ascendían a él. La gente iba desapareciendo hasta no quedar nadie, por unas horas el lugar era nuestro. También llegaban los “cochemotores” diesel, brillantes, plateados, parecían una bala, más pequeños, creíamos que también eran muchos más veloces. Los recorríamos por dentro, asientos tapizados, y nos sentábamos en el salón comedor (...). Un día nos enteramos de que ya no habría trenes de pasajeros, y a nuestra edad lo sentimos mucho, por nosotros y por los comentarios de los dueños de comedores y hoteles. De pronto, todo cambió, no había mas pasajeros ni vagones de pasajeros ni movimiento y también nuestra edad había cambiado. En el silencio de la noche ya no escuchaba el traqueteo ni el silbato de las locomotoras, ese silbato que nos hacía imaginar el misterio de su destino. El tren siguió existiendo. Para pagarme los estudios secundarios, trabajaba medio día en una empresa de transporte que habitualmente cargaba y descargaba en el ferrocarril; el amor continuaba. Esta vez iba para el otro lado de la ciudad, al norte, a la Estación Belgrano, más grande y con más movimiento de carga y pasajeros. El Mitre fue muriendo poco a poco y también la zona. La ciudad estaba cruzada por vías, playas de maniobras en el puerto, talleres en el sur y norte. Era común andar por las avenidas y calles y ver cortado el tránsito por el paso de los trenes. Mi conductor protestaba por ello, yo miraba cada rueda y sentía el movimiento de cada vagón. Un día llegó un presidente del país que vendió (o regaló) los ferrocarriles, mis locomotoras, mis vagones y amigos ferroviarios. Mis estaciones no existen o están derruidas, saqueadas, violadas, no existen los talleres del centro y el norte, muchas ciudades son fantasmas. 45.000 km de vías. Leer los libros de geografía económica de los años de mi niñez era un placer, Argentina siempre arriba en las estadísticas, también en ferrocarriles. No cruzan ya la ciudad (estaría contento mi conductor del camión). Yo cambiaría quedar parado en un paso a nivel y ver pasar nuevamente los vagones con su ritmo afinado y unísono. No tengo más mis máquinas, me las robaron, y no hice nada por evitarlo.
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