El rescate de la memoria es el mayor tesoro de Adolfo
BUENOS AIRES 3 Dic(Diario Popular).-Coleccionista de ley, Adolfo Sagardoyburu trabajó en el ferrocarril, de imprentero, como albañil y es un hábil artesano, pero su pasión es encontrar y guardar documentos, fotos y archivos sobre la historia de su ciudad y del país.
Si algún investigador muestra inquietud por saber algo acerca de la historia de los ferrocarriles, o averiguar por algún documento o archivo fotográfico sobre los tiempos “heroicos” de los primeros ferroviarios, tendrá que conocer a Adolfo Sagardoyburu, un verdadero coleccionista no solo de este tema, sino de muchos otros hitos de la vida social, laboral y cultural de gran parte de la zona Sur del Gran Buenos Aires.
Luciendo con entusiasmo y una dinámica singular, a sus 83 años, don Adolfo, que nació a tres cuadras de la cancha de Talleres de Remedios de Escalada, y que vive desde hace más de 70 en una casita del barrio Las Colonias, construida a principios de siglo para los empleados ingleses del ferrocarril Roca, en Lanús, es un apasionado de atesorar historias poco conocidas sobre su barrio y también sobre hechos de trascendencia política o social del país.
Hincha fanático de Banfield, se ufana de ir siempre que puede a ver a su querido Taladro, y recuerda como si fuera ayer las finales de su equipo frente a Racing en 1951, y remarca que “pese a que el último partido lo perdimos 1 a 0, casi todos los hinchas de otros clubes nos apoyaban a nosotros”.
Adolfo está casado con Mirta, tiene cuatro hijos, nueve nietos y 5 bisnietos. Pero su afición por los recortes, las fotos viejas y los documentos históricos no impiden que se dedique con el mismo entusiasmo a la confección de artesanías en madera, un gusto que se da desde hace más de diez años.
Cuenta que “una vez vino un vecino a casa, y me dijo que tenía cosas viejas en un galpón para tirar, las fui a ver y encontré varias revistas españolas. Me las traje y encontré imágenes de sillas, muebles y otros elementos. Esto me inspiró y de a poco empecé a crear pequeñas artesanías en roble y cedro, desde sillas hasta armarios, escritorios, cómodas, mesitas, en fin, casi para completar un ambiente, pero todo en chico”, y comenta entusiasmado que ya vendió varias de estas artesanías en la Fería de la Rural que se realiza a fin de año, donde participa hace varias ediciones.
Pero no solo de documentos y de su amor por las artesanías se nutre Adolfo, que fue ayudante de maquinista en la década del ‘50 junto a su padre, trabajador de ferrocarriles como conductor durante muchos años, y participante de la huelga realizada en 1951.
Adolfo también conoció otros rumbos; fue albañil, oficio que le permitió desempeñar tareas en el viejo manicomio, hoy hospital Borda, y en el hipódromo de Palermo, época en la que tuvo un accidente que lo alejó por un tiempo de la actividad.
Años más tarde, luego de trabajar cinco años para la editorial Della Penna, en Parque Patricios, donde tuvo un destacado papel como gremialista, Adolfo no tuvo problemas en encarar las más diversas actividades, desde encargado de bufet en clubes y entidades varias hasta colocador de azulejos y otros revestimientos.
Recopilador “serial” de las más viejas historias de la ciudad de Lanús, Adolfo fue uno de los fundadores de la sociedad de fomento del barrio, donde se desarrollan muchas actividades, y guarda un listado sobre todos los trabajadores que estuvieron en los talleres de la estación Escalada.
Apasionado por los datos que integran su archivo, Adolfo salta de un tema a otro con gran entusiasmo. Conocedor de cientos de historias, y obsesivo recopilador, muestra documentos inéditos, como el del primer tren que llegó a Mar del Plata y hasta una caja de boletos añeja que se usaba en la línea 31 a mediados de siglo.
En defensa de los derechos laborales
Durante cinco años, entre 1971 y 1976, Adolfo Sagardoyburu trabajó en la editorial Della Penna, una de las más importantes por aquellos años. Además de adquirir habilidades en este oficio de imprentero, pudo demostrar su vocación en la defensa de los derechos laborales.
Adolfo cuenta que “fui promotor durante esos años, y pronto me convertí en delegado, aunque nunca tuve militancia partidaria. En una ocasión una compañera murió por un accidente al salir de la empresa, que estaba atrás de la sede de Huracán, entonces solicitamos que los dueños intercedieran para la colocación de un semáforo en la esquina y lo conseguimos”.
Tiempo atrás, como empleado de una fábrica de cerámica, instó a todos sus compañeros a afiliarse al gremio, y pagó un costo, ya que lo echaron, pero como tenía contactos fuertes que llegaban hasta la misma Eva Perón, logró que lo indemnizaran por despedirlo sin causa. Recuerda que “éramos como 300 laburantes, una vez armamos carteles y cortamos avenida Caseros por varios reclamos, y como logramos el objetivo, festejamos en la calle vinieron los vecinos, y brindamos con sándwiches y champán”.
Piantadino y sus recuerdos del servicio militar
Uno de los recuerdos más fuertes que atesora con gran afecto Adolfo Sagardoyburu fue el de los años del servicio militar, transcurridos en Azul. A tal punto lo marcó esa época que mucho tiempo después, en 1994, se puso en contacto con algún viejo camarada de colimba y, llamado va y viene, lograron reencontrarse con varios de aquellos compañeros para organizar una cena reencuentro.
De ahí en más, y con las lógicas deserciones de la vida, los ex colimbas siguieron reuniéndose regularmente, e incluso sumaron a sus esposas, en una práctica que se mantiene hasta la actualidad. Adolfo cuenta que “ahora seremos unos 15 o 16, y nos reunimos en distintos lugares, la primera vez fue en la sociedad de fomento, y luego en otros clubes y lugares, hay que ver que son amigos de distintas zonas, y cada encuentro es una cabalgata de anécdotas, risas, recuerdos y lágrimas”.
En cuanto a su experiencia en el servicio, Adolfo recuerda que “anduvimos por Zapala, y por La Pampa, pero nos quedamos en Azul, era el regimiento A2 REF de Artillería, y entre otras cosas me acuerdo que una vez fue el entonces presidente Aramburu cuando yo era mozo de la división”. Eramos 120 soldados- rememora- y tengo mil anécdotas, como cuando nos mandaron al hipódromo a cortar pasto con las manos”, y comenta que “a mí me decían Piantadino, como el de la historieta, porque siempre encontraba el momento para irme a algún lado con alguna excusa, ya que tenía parientes en Olavarría”.
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