Semiótica de la tragedia del tren Sarmiento
BUENOS AIRES 29 Jul(TN y la Gente).-Dos muertos y un conductor que se salvó de milagro. En Merlo y en Ramos Mejía, dos hechos en la misma semana llevan a reflexionar sobre cómo no se rompen los códigos sino el tejido social.
Esta es una nota de opinión que habla sobre semiótica y trenes. Están advertidos, pueden dejar de leer ahora. Parece un poco pomposo, algo inverosímil, pero no hace más que intentar explicar dos hechos que ocurrieron esta semana, y que estuvieron en la tapa de todos los diarios: los accidentes en la línea Sarmiento de ferrocarriles.
Empiezo por el principio. Simplificando, realmente simplificando la cuestión, le semiótica es el estudio de los signos. Dicho de otra manera, es una ciencia que busca determinar por qué algo, alguna cosa, tiene sentido para alguien. Un ejemplo para entender de qué estoy hablando: hay un poste gris en la esquina de mi casa. Tiene arriba un conjunto de luces de forma vertical. Viendo eso puedo establecer que se trata de un semáforo. La luz roja en el semáforo indica que tenemos que detenernos. Ese es el signo que hemos dotado de un sentido. No nos detenemos frente a la luz roja de la cafetera. Esa luz tiene otro significado, que el café está listo, por ejemplo. Pero la luz roja del semáforo lleva adherida la noción de que debemos parar. De eso se trata la semiótica, de esos signos que tiene además un conjunto de reglas para funcionar. No hace falta que diga que es bastante más complejo e interesante que esta reducción que estoy haciendo para explicar el tema de la nota. Pero creo que basta para entender que vivimos rodeados de esos signos que tienen un significado y que excede lo que vemos.
Piensen en esto. En el año '72 se enviaron al espacio las sondas Pioneer que llevan una chapa de aluminio dorado con una serie de gráficos que muestran a un hombre y a una mujer saludando, y la ubicación de la tierra en el sistema solar (dentro de la sonda hay un disco con música e imágenes de la tierra). La intención de Carl Sagan, supervisor del proyecto, era que otras civilizaciones en el espacio encontraran esos dibujos y supieran de nosotros. Desde la semiótica esto es muy criticado. Los extraterrestres tendrían que poder dotar del mismo significado que les damos en nuestro planeta a esos gráficos para entenderlos, cosa que parece improbable.
Pero vuelvo a la tierra. En las señales de tránsito es muy fácil de comprender cómo funciona. Una chapa circular pintada de azul con una letra “E” adentro atornillada a un palo no sería más que una chapa azul con una letra si no hubiéramos establecido que eso Significa (es un significa con mayúscula, un Significa que llena de significado) que allí podemos estacionar. Ocurre con otros sentidos. Si escuchamos la campana de una iglesia podemos entender que se está llamando a misa. Pero si pasa una vaca con un cencerro no nos hincamos a rezar.
Dicho esto, y aun con la simplificación, no es difícil entender cómo la semiótica afecta nuestras vidas. Si no pudiéramos dotar de contenido a la luz roja del semáforo, si tanto automovilistas como peatones no lo entendieran (porque no es algo que se aprende con el curso para conducir) transitar por una ciudad sería violento, caótico, imposible. Es parte del pacto que establecimos para poder vivir en sociedad. Y sin embargo…
Una tabla de madera pintada de rojo y de blanco al lado de las vías del tren es una barrera. Si está vertical, significa que podemos pasar. Horizontal, hay que detenerse. Todos lo conocemos, semiótica pura aunque no conozcamos la palabra. La tabla no basta para pararnos; podemos empujarla, romperla, pasar por abajo, por el costado. Pero su significado sí: está baja, viene el tren.
En Merlo alguien corrompió el código. El tren venía y la barrera estaba alta. Un colectivero pasó, cumpliendo con el pacto. A tal punto lo hizo que, casi del otro lado, se detuvo frente a otro signo: un semáforo con la luz roja. El video muestra toda la secuencia. Pero como decía, alguien incumple el acuerdo. El tren se hace más real que el significado. Choca al colectivo y dos personas mueren.
Alguien cuestionó al conductor: "¿Por qué no miró a los costados antes de pasar?". La respuesta es simple: porque no es lo que hay que hacer. Porque para eso existen las barreras y los semáforos: para simplificar la comunicación, para permitir que las sociedades funcionen. ¿Cómo sería posible el tránsito por la 9 de julio si todos tuviéramos que parar para ver si la luz verde dice lo que creemos que dice?
Tres días después, un hombre llega con su auto a un paso a nivel en Ramos Mejía. La barrera está baja, las luces rojas titilan, la chicharra suena. Significado por tres: viene el tren. Pero el hombre pierde confianza en el código. Ya otras veces encuentra la misma imagen pero es la barrera la que está rota, y ha perdido tiempo esperando por nada. Decide asomarse por el costado de eso que ahora no es más que una tabla horizontal a rayas rojas y blancas. El tren se lo lleva por delante. No es una tragedia por milagro. Es entonces que eso tan abstracto, que suena tan raro, la semiótica, se vuelve real y cercano. Y termina desnudando, además, que lo que se rompe no es el código, es el tejido social.
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