domingo, 28 de abril de 2024

Palmira una ciudad refundada

El pueblo ferroviario que fundaron tres veces, intentaron fundir varias más y aún resiste

PALMIRA Mendoza 28 Abr (MDZol).-Palmira es el pueblo más grande y/o el "departamento más chico". Tuvo una época de esplendor, pero lo golpearon. El daño mayor fueron las promesas incumplidas. Las historias.

El pueblo ferroviario que fundaron tres veces, intentaron fundir varias más y aún resiste

Foto: Walter Moreno/Mdz

Dos señores que están sentados en la vereda de la calle Libertador ven pasar a la gente que compra un sábado al mediodía. Un grupo de niños lleva un enorme bulto de hojas secas por la calle Carlos Gardel, justo al costado de un estadio tan amarillo que encandila. "Son los colores jarilleros", dicen los vecinos. Termina un partido de inferiores en el polideportivo del centro de jubilados “Duperial” y varias familias sacan heladeritas para vender empanadas caseras, aprovechando el fin de semana para hacer changas. En la calle Julio Le Parc, justo al lado de donde nació y vivió el artista, cuelga la carcasa de un lavarropas, pero no es una obra de arte cinético, sino una publicidad casera. Hay galpones y enormes naves industriales abandonadas sobre el carril Chimbas. Al Este, en un enredo de vías duerme el tren, el monstruo sobre el que ha girado la vida del lugar.

Palmira, a 40 kilómetros de la Ciudad de Mendoza, se mueve a un ritmo propio y entre dicotomías. Es el pueblo más grande de la provincia; o el "departamento" más chico. Es el lugar del recuerdo, la nostalgia de un pasado mejor, o el que supo reconstruirse y resistir el derrumbe del ferrocarril. Industrias pujantes, trenes potentes y trabajo de calidad; deterioro, abandono y promesas incumplidas. Una muestra en escala de la realidad de Mendoza que mira por el retrovisor. "Es real que Palmira ha recibido golpes duros. Pero ha resistido: es uno de los pocos pueblos que sigue vivo luego de la caída del tren. Yo prefiero que no nos quedemos en la nostalgia del pasado, sino ver todo lo que se puede hacer porque hay futuro", dice Gastón Especial, un referente cultural y reconstructor de la historia del lugar. 

Los niños que llevan hojas han escuchado historias sobre rieles. Son nietos de ferroviarios, pero ellos nunca se subieron a un tren. “No, nunca viajé en tren”, dice uno de ellos. Otro, pícaro, explica que se han subido de polizontes en los trenes de carga; las moles que varias veces por semana llevan materiales pesados desde Palmira al resto del país. El lugar ha recibido golpes fuertes que generaron migraciones, desempleo y familias rotas. El cierre del gigante alimenticio Noel, las privatizaciones y, quizá lo más duro, golpes retóricos; promesas que llenaron las bocas.

Una esquina céntrica de Palmira.

La última bomba de humo fue el anuncio del retorno del tren de pasajeros, realizado de cuerpo presente por el presidente Alberto Fernández. Ese regreso fue simbólico, de nulo impacto y ya desapareció. Si con Fernández fue una exageración, con Javier Milei solo se confirmó la caída de la utopía.

El tren dejó de pasar otra vez y el Gobierno nacional ya manifestó su desinterés en invertir. Por eso la pequeña estación donde llegaba, vuelve a estar vacía. A pocos metros, en cambio, sigue el trabajo intenso. Hay ruido, máquinas pesadas, esfuerzos e historias.

El pueblo en el que se respira una cultura única

El taller de vagones funciona a pleno en Palmira. 

Allí funcionan los talleres de vagones del tren de carga. Vuelan chispas por todos lados. Una mujer pinta un vagón, otros rectifican unas ruedas que pesan toneladas. Si la decadencia del tren de pasajeros es una muestra de decadencia, el trabajo en el tren de cargas y el taller es la de la resistencia. “El tren es una pasión”; dice Mariano, con la mano cerrada y acompañado de dos de sus colegas ferroviarios: Luis Guillermo y Jorge. Los tres calzan con orgullo el uniforme azul de Ferrocarriles Argentinos. 

El tren de cargas mueve el equivalente a 4 mil camiones por mes en Mendoza, más de 120 mil toneladas de carbón de coque, material de la construcción, cal y otras mercaderías. “Nosotros estamos tranquilos porque acá se trabaja y se produce. Este tren mueve producción, genera valor y podría crecer”, explica otro de los trabajadores ferroviarios. Abuelos, hijos y algunos pocos nietos han formado pequeñas dinastías ferroviarias desde que se fundó el pueblo. O, mejor dicho, desde alguna de las 3 fechas de fundación que tiene el pueblo, pues depende a quién se consulte, la referencia que se tome como cierta. “Es el pueblo que se fundó tres veces”, dice entre risas Gastón Especial

Doña Palmira, la mujer que le dio el nombre al pueblo.

El orgullo “jarillero”, como le dicen a los hinchas de Palmira, es potente. Incluso pelean por ser departamento y desprenderse de San Martín, de quien depende. Esa iniciativa, que llegó a ser un pedido independentista formal en la Legislatura, es compartida por Uspallata, Bowen y otros pueblos mendocinos que quieren cortar el cordón con sus villas cabecera. Antes, los vecinos tienen otras urgencias. Un banco, una policía más estable, incluso una cadena de supermercados. “Fijate que ni al Vea le interesó estar en Palmira..”, dice resignada una señora.

Golpe a golpe

Los límites de Palmira se diluyen, como casi todo en el Este mendocino y ahora hay una ruta fantasma que lleva el mismo nombre. La “variante Palmira” es un nuevo monumento a la desidia que fue bautizada como el pueblo, aunque curiosamente no es parte de ella. Los puentes vacíos y la traza cortan al medio algunos campos. Por allí pasarán los camiones que se desvíen para ir a Chile y alguna vez también fue la esperanza de Palmira; hasta que cambiaron la traza para “esquivar” al pueblo y que pase por San Roque. Son algo más de 17 kilómetros de ruta. Pero pasaron tres presidentes, más de años y aún no se termina. También quedó abandonada y solo la recorre una camioneta de seguridad de Cartellone, la empresa mendocina que la construye y que también es parte de un pasado mejor y un presente incierto.

Oscar Ramínez, nacido y criado en el Carril Chimbas, cerca de la fábrica Noel, hoy abandonada.

Mendoza está atrapada en su pasado. Vive aún de una realidad que se ve en el espejo retrovisor, pero ya quedó atrás. Esa nostalgia algunas veces es un lindo recuerdo, otras un triste recuerdo. En Palmira hay una pequeña muestra de ello. Hay un señor que junta ripio con un azadón sobre el carril Chimbas para pasar el rato. Ya jubilado, conoce de otros momentos. Tuvo en Noel su primer trabajo firme, aunque estuvo solo un año antes de mundarse a otra industria en la que trabajó toda su vida. “Era un impresionante la cantidad de gente que iba y venía. Todo el mundo trabajaba ahí, en la Noel. Los jóvenes trabajaban en temporada para juntar plata todo el año. Eso se terminó”, recuerda el hombre. Lo que era una industria pujante es un conglomerado de galpones vacíos donde se guarda chatarra. Esa empresa había sido fundada por Juan García, que creó el imperio; luego fue vendida a Noel y ahora lo tiene Baggio, como chatarra. Cada tanto algún estruendo de mampostería que cae asusta a los vecinos. Duperial era otra de las grandes industrias, en ese caso química. Ahora funciona allí Derivados Vínicos, una empresa de capitales japoneses.

Una de las esperanzas industriales del lugar es el PASIP, un parque industrial que fue lanzado hace décadas pero no termina de arrancar. Como a todo Mendoza, le falta potencia y servicios, como gas natural. Por ahora hay más baldíos que trabajo, pero la ubicación que tiene genera esperanzas.

Los montos pagados por la expropiación del parque industrial.

El año pasado la Provincia pagó el juicio más caro por los terrenos del PASIP. Se trata de los más de 130 millones de pesos (a valores del 2020) abonados por la expropiación a una empresa y a diversos propietarios.

Variante Palmira, la ruta fantasma de 17 kilómetros que no hay podido terminar tres presidentes.

Mendoza tiene más parques industriales vacíos que nuevas industrias. La falta de infraestructura básica y logística es uno de los problemas: energía eléctrica, gas, accesos y vías para sacar la mercadería. En el extremo sur de la provincia ocurre lo mismo con Malargüe, por ejemplo, donde con el petróleo ya casi agotado recién ahora se potencia a Pata Mora como centro logístico; o en el Norte con Las Heras.

El Palmira había plata y la plata traía comercios, actividad y diversidad. Los bailes de carnaval del sindicato de la Alimentación, el cine, los chapuzones en el río; jugar a los coboy en los trenes, patear pelotas en la siesta. “Eran épocas hermosas”, recuerda Juan Carlos Jaliff, ex vicegobernador y adherente a la independencia de Palmira.

La resistencia es diaria. María Florencia tiene 33 años, estudió y vivió en Córdoba y volvió a Palmira. Es gastronómica, pero encontró trabajo en el lugar menos pensado: en el ferrocarril, un sitio “hiper masculinizado” en la historia argentina. Ahora, acarrea maquinaria, aprende oficios pesados y hasta tuvo que inaugurar un baño de mujeres. “Era impensado, me recibieron de manera excelente y es un gran trabajo. A Palmira le faltan cosas para jóvenes. No hay qué hacer”, dice la joven que vivió una década en la provincia mediterránea.

El primer tren llegó a Palmira a fines del siglo XIX. 1884 para ser exactos. Para algunos esa es la primera fecha de fundación. Otros, en cambio, la ubican en 1864. Para otros, como Gastón, es mejor referenciar la fundación con el primer asentamiento urbano permanente, fecha con más certezas: Palmira fue fundada el 17 de noviembre de 1907. Esas paradojas guarda el lugar; pues lo fundaron tres veces, pero lo han intentado fundir muchas más. Igual, Palmira sigue de pie. 

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