jueves, 1 de febrero de 2024

Aquel desastre Ferroviario

Tucumán: A 59 años del accidente del tren de pasajeros denominado «El Aconquija»


Compilación: Ariel Espinoza El 1º de Febrero de 1965 el tren rápido de pasajeros denominado El Aconquija perdió sus frenos, salió de la estación Sunchales del Ferrocarril General Bartolomé Mitre y paró cerca de la plaza Alberdi. Pese a la magnitud del desastre, no se registraron víctimas de mayor gravedad, salvo el caso de uno de los infortunados guardas. El tren, que se quedó sin frenos, venía de Retiro con 16 coches y un furgón y 726 pasajeros a bordo. «¡Pibe, tirate que no frenamos!» le advirtió el maquinista, Babil Nuín, a su ayudante, Gregorio Díaz Ocón, en el habitáculo de la locomotora diésel ALCo modelo RSD16 Nro. 8272. A 2.000 metros de la punta de rieles, la formación de 700 toneladas de hierro, con 726 pasajeros a bordo, ya era imparable a 38,5 km/h. El almanaque indicaba que era lunes 1º de Febrero de 1965 y el reloj de la terminal Tucumán, de trocha ancha, marcaba las 10 en punto de la mañana. El tren de pasajeros N° 25 conformado por la locomotora un furgón y 16 coches (incluido el coche comedor), por la inercia, pasó como una tromba indomable por la vía principal.

Entre el asombro y la angustia de más de medio millar de personas que aguardaban en los andenes, arrasó no sólo los gruesos quebrachos plantados al extremo del raíl, sino también con todo lo que encontró por delante. Destrozó la mampostería del andén y abrió un ancho surco. Cerca de la plaza, según el diario La Gaceta del 2/2/65, informó que «pasaron la locomotora y el furgón que le seguía bajo la galería de acceso al andén, destruyendo a su paso parte de un quiosco de cafetería, golosinas y cigarrillos; asimismo, parte de la boletería y de la sala de encomiendas, para salir la primera por la puerta principal, derribar una columna de cuatro metros de altura de la entrada y descender las escalinatas» de la estación del ex Ferrocarril General Bartolomé Mitre, en medio del estruendo y la polvareda saliendo a la calle. La locomotora del rápido «El Aconquija» se detuvo pasando la mitad de la calzada de la calle Corrientes al 1.000, a escasos metros de la vereda Norte de la plaza Juan Bautista Alberdi. El edificio quedó virtualmente sostenido en su parte central por el furgón que seguía a la locomotora. Mientras adentro todo era confusión y gritos.


Afuera la gente estaba atónita, miraba lo que no podía creer, lo que parecía un imposible. Una pesadilla con los ojos abiertos. Fue el accidente más raro de la historia ferroviaria argentina, porque lo que pudo ser una catástrofe, ya que podrían haber muerto cientos de personas dada la magnitud del desastre, no se registraron víctimas de mayor gravedad, salvo el caso de uno de los infortunados guardas. «Insólito Accidente Ferroviario» tituló en cuerpo catástrofe, la edición de nuestro diario del martes 2 de Febrero de 1965. En el tercer párrafo de la crónica aclaraba que «por La Banda, Santiago del Estero, última estación del itinerario, el tren pasó con media hora de atraso. Allí, como de costumbre, se efectuó el cambio de personal para el trayecto final. El atraso había hecho calcular que llegaría a destino diez minutos después de las 10. Sin embargo, el convoy entró en agujas exactamente a las 10». Luego del subtítulo «Impresionante Aparición» agregaba: «Pero ya el público que estaba en el extremo del andén aguardando la llegada de los pasajeros advirtió algo más extraño en la aparición del tren: era la velocidad desusada para los últimos metros del viaje». Doce años después, el inspector de máquina Nicolás Vicente Antonelli, recordó los detalles más dramáticos de aquel inverosímil percance ferrocarrilero. Antonelli, que en 1977 ya estaba jubilado, explicó que el tren «El Aconquija» venía a una velocidad desusada, rechinando y envuelto en una densa polvareda, que advirtió, a la altura de estación Alderetes. Fue hacia la locomotora. Vio que iban a 100 km/h. y le preguntó al maquinista Nuín qué pasaba. «¡Dios mío, esto no para más!. No funcionan los frenos», me contestó. Me quedé mudo. A esa velocidad la desesperación era lógica. Íbamos a reventar la estación y los coches, de seguro, tenían que montarse unos con otros. «A mí se me nubló la mente por un momento. Pero después me di cuenta que en el tramo que quedaba se podía hacer algo», aseveró el jubilado ferroviario. «Incluso, agregó, pasamos el puente sobre el río Salí, que por lo general se hacía a 15 km/h a más de 50 Km/h». También fue él quien dispuso que se activaran los frenos en contramarcha de los 17 vagones. «Eran todos los coches peleando contra la máquina», puntualizó. «Cuando entramos al tinglado de la estación, miré por última vez al velocímetro. Habíamos disminuido la velocidad (38 km/h)» agregó. No obstante ello para quienes estuvieron ese día en el escenario todo hacía pensar en una tragedia. Pero no fue así, sólo el guarda segundo, Ramón Reynaldo Acosta, que fue encontrado tendido junto al pasillo de acceso al andén padeció politraumatismos y quebraduras. Fue trasladado de urgencia al Policlínico Ferroviario donde se recuperó con los días. El país habló del extraño accidente. Fue el día que una locomotora se rebeló contra una estación y decidió parar en una calle. Testimonios de un día de sustos y de suspiros «Ese lunes de Febrero de 1965 fue inolvidable para mi. Tenía 30 años y me desempeñaba en información general. No sólo me sorprendió, como al resto de la gente, ver la locomotora sobre la calle sino también constatar que no se habían registrado víctimas de gravedad entre el pasaje, a pesar de la magnitud del accidente». «Incluso algunas personas habían saltado al andén antes de que el descontrolado convoy detuviera la marcha, y la confusión reinante provocara el extravío de equipajes y los más variados percances», contó el experimentado periodista y columnista político de La Gaceta, Rubén Rodó. «Además, la crónica de ese espectacular siniestro ferroviario (añadió), fue mi primera cobertura para el diario «La Razón» de Buenos Aires, del cual después fui corresponsal en Tucumán, por más de 24 años». Por su parte, Paula Valdivia de Canceco, de 58 años, recordó que ella tenía tan sólo cinco años, por entonces. «Fui a la estación del Mitre porque llegaba un tío de Buenos Aires.


De pronto, algunas personas se acercaron a los que estábamos cerca de la vía y con mucha tranquilidad nos dijeron que nos pusiéramos a los costados, bien pegados contra la pared. Pero sin explicarnos lo que pasaba. Cuando pasó «El Aconquija» descubrimos los motivos». Jorge Rojas Paz, de 58 años, también fue testigo del episodio. «Junto a mi madre Lucrecia fuimos a esperar a mi hermano Antenor, que venía de Buenos Aires. No podíamos creer lo que pasaba. Vi a varios pasajeros arrojarse de los coches hacia el andén. Después descendió mi hermano ileso, que tendría 10 años y sólo atinó a contarnos que venía dormido. No se había enterado del impacto. Pero mi madre y yo estábamos muy conmovidos». Uno de los encargados de la boletería pudo dar la voz de alarma en la estación de trocha ancha. El día del accidente había una larga cola de gente comprando pasajes. El encargado salió a avisar que se había habilitado otra ventanilla y que podían formar otra cola en el pasillo de acceso al andén. Cuando regresaba a la boletería se percató de la inesperada y estrepitosa entrada de «El Aconquija» por la punta de los galpones. Pero dispuso del tiempo necesario para advertir al público y a sus compañeros y ponerse a salvo. Providencial Cuando la locomotora llegó a la calle no había la frecuente congestión de coches de plaza y autos de alquiler que solían disputarse el mejor espacio a la llegada de los trenes. Providencialmente ese primer lunes de Febrero del 65, la policía municipal había estado ordenando el tránsito minutos antes. Conjeturas Debido a la cantidad de gente que había en la estación del ex Ferrocarril General Bartolomé Mitre al producirse el percance (se calculó más de quinientas) muchos conjeturaron, en principio, que podría haber algún cuerpo debajo de la locomotora y los primeros coches, cuyas ruedas no podían verse por los escombros que las cubrían. Pero apenas se encontraron debajo de un vagón un par de zapatos de mujer que saltaron de una valija y los anteojos del guarda Acosta. Aunque hubo escenas de pánico, gritos y llantos de mujeres y niños que viajaban en el convoy, algunos pasajeros, los que venían en los últimos coches, no se enteraron de lo ocurrido sino al descender y advertir la agitación de quienes se hallaban en el andén. Sobre el extremo posterior de la máquina quedó afirmada y combándose una viga fundamental del edificio de la estación que sostiene el balcón del piso superior, cuyo frontispicio mostró una ancha y profunda grieta. También hubo fisuras y roturas en diversos ambientes de la construcción. En cuanto a la locomotora Alco RSD 16 Nº 8272 en 1970 se encontraba en Mar del Plata.

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