jueves, 4 de junio de 2020

Aquel hotel Ferroviario de Patagones

Aquel hotel Ferroviario de Patagones, parador popular de atención familiar/Por Carlos Espinosa

VIEDMA Rio Negro 4 Jun (APP) Las crónicas históricas de Carmen de Patagones , en las primeras  décadas del siglo pasado,  muchas veces se refieren a los hoteles importantes ubicados en el casco céntrico de la ciudad, donde se alojaban los visitantes ilustres y jerarquizados. En la página de Facebook  “Comarca Patagones/Viedma: un viaje al pasado” es muy habitual la reproducción de antiguas fotografías de los tradicionales banquetes –despedidas de soltero, cumpleaños, agasajos a funcionarios- en los salones restaurantes de esos calificados lugares de alojamiento y gastronomía.

Los hoteles “Siglo XX”, en la esquina de Comodoro Rivadavia y Alsina; “Argentino”, en Alsina y Bynon; “Italia”, en Yrigoyen y Bynon;  “Pércaz”, en Comodoro Rivadavia e Yrigoyen; y el residencial Reggiani, en Bynon, enfrente de la plaza Villarino (estos dos últimos aún en funcionamiento ) están inscriptos en la memoria de las familias más antiguas de Patagones y Viedma. Con estilo refinado, sobre arterias de elegante movimiento, dieron  albergue, descanso y buena comida a representantes políticos, gobernantes, artistas y viajeros de costosa vestimenta, en los tiempos del mayor esplendor portuario y comercial de la población bonaerense más austral.

En cambio muy poco se recuerda un hotel de menores proporciones, modesto en apariencia aunque con cálida y amable atención familiar, situado enfrente de una ancha avenida de tierra (lodazal en temporada de lluvias, arenal en época de sequías) y a pocos metros de uno de los sitios más concurrido de Carmen de Patagones desde 1922 hasta la década de los 90: la estación ferroviaria.

Nos referimos al Hotel El Ferroviario, ubicado en la esquina de Garibaldi y Juan de la Piedra, en un edificio de planta baja y un solo piso alto construido hacia principios de la década del ’40 utilizando hormigón armado para levantar sus paredes y balcones.

Esta evocación   está acompañada por el reconocimiento a un matrimonio de colonos agrícolas, descendientes de inmigrantes alemanes, contenida en el muy interesante trabajo “La tierra prometida : una historia de los alemanes del Volga al sur del Río Colorado” realizado por Mónica Inés Reser y Alejandro Ernesto Zangrá,  ganador de un concurso convocado por la Universidad Provincial del Sudoeste (Upso) y luego editado en forma digital por esta misma institución.

Los autores desarrollan, con abundante documentación, la historia del matrimonio formado por Estanislao Reser y Catalina Loos, quienes tras su casamiento por 1920 primero se radican en Guatraché (La Pampa), después en Jose B. Casás (en el partido de Patagones) y hacia  1941, con seis hijos para educar y alimentar, deciden instalarse en Carmen de Patagones.

Aquí, en la progresista cabecera del partido, Estanislao y Catalina (de 40 y 36 años respectivamente) resuelven cerrar en sus vida la dura etapa del trabajo rural y ponen sus ansias en encontrar un nuevo emprendimiento. Es así que en este punto del ameno relato de Reser (nieta de los protagonistas) y Zangrá aparece el Hotel El Ferroviario.

Con la debida autorización de los investigadores se reproducen los siguientes párrafos del trabajo antes citado.

“Enfrente de la estación (de trenes)  cruzando la ancha calle de tierra, hoy Avenida Juan de la Piedra, había varios comercios, dos almacenes de ramos generales, un bar a mitad de cuadra, una peluquería barbería y un llamativo salón desocupado flanqueado por eucaliptus. A unos cincuenta metros hacia el noroeste, los Garrafa tenían un almacén de ramos generales y una verdulería. A tres cuadras de allí, hacia el sur este, se encontraba el hospital Ana Bernal de Justo, actual sede de la Universidad Provincial del Sudoeste (UPSO) en esta ciudad.

La peluquería barbería era de don Montes de Oca. El mismo, navaja en mano, lograba en minutos, un cambio estético increíble en sus clientes. Recordaba Jorge Pardal «Montes de Oca decía cuando terminaba de cortar el pelo a un cliente: listo el mocito venga el pesito». Tenía una nuez y se la metía en la boca a los clientes de cachetes hundidos que debía afeitar. A la par de su salón, en la esquina —hoy Garibaldi y Juan de la Piedra— había construido un edificio posiblemente para alquilar, ideal para un hospedaje. Allí se avizoraba el futuro de la familia.”

“Aquel edificio poseía una sala-comedor amplio, de gran atractivo, con una cocina central pequeña en planta baja y cinco habitaciones en planta alta, cada una con su balcón. Puertas y ventanas con vidrios repartidos en todos sus espacios permitía que la luz del sol se adueñara de los rincones. El sótano, era ideal para conservar las facturas o chacinadosy otros alimentos por largo tiempo.

Ella, excelente cocinera y él visionario, analizaron el entorno y las posibilidades que les ofrecía. ¡Sus ojos claros se iluminaron! Surgió así la idea, que se convirtió en el proyecto que los mantuvo hasta sus últimos días. Alquilaron el lugar a don Montes de Oca para dar nacimiento a «El Ferroviario, Hotel y Restaurante».

“La llegada de «El Ferroviario, Hotel y Restaurante» en 1942 consolidó una imagen diferente para Carmen de Patagones. Ubicado en un lugar estratégico, en la esquina frente a la estación, se dejaba ver en lo alto, sobre la doble puerta de la ochava, la leyenda prolijamente escrita en letra imprenta mayúscula con pintura negra sobre la pared blanca «Hotel y restaurante El Ferroviario». Sumada a su atractiva estética, la cálida y familiar atención logró atraer de inmediato a clientes que luego de horas severas de trabajo o de un fatigoso viaje deseaban callar el estómago, descansar sus cuerpos y reponer energías.

El hotel contaba con cinco habitaciones en planta alta. La mayor se ubicaba en la esquina. Tenía once plazas en total. En una de las habitaciones de planta baja, Juana (hija del matrimonio) ofrecía el servicio de peluquería para damas, la única del sector. El restaurante era atendido por Catalina y con ella colaboraba una empleada de limpieza.

Doña Catalina hacía magia culinaria en aquel pequeño espacio, pintado de un color amarillo intenso que, a través de dos aberturas en la pared, de unos 40 cm por 50 centímetros, permitían la comunicación.  Facturas o chacinados: embutidos caseros tales como salamines, morcillas, jamón crudo y otras preparaciones con carne preferentemente de cerdo.

 Por allí los platos iban y venían. En la cocina a leña elaboraba sabrosas comidas elegidas según las sugerencias de comensales y huéspedes. La habilidosa doña Catalina había logrado combinar recetas criollas, italianas y españolas con las ruso-alemanas que debió aprender apresuradamente.

Al poco tiempo de la inauguración entrar al salón comedor era recorrer distintos países. Los aromas que inundaban el lugar y se escapaban por puertas y ventanas llegando a la calle, daban cuenta de ello. “

“A la hora de los desayunos y meriendas no faltaban los tazones de loza blanca decorados con espigas de trigo llenos de café, mate cocido, cascarilla con o sin leche y acompañados de der Kreppel, Bretzel, Riwwelkuchen, el Apfelstrudel (confituras y masas alemanas)  entre las tortas fritas criollas y los buñuelos de manzanas. “

Los comensales podían degustar y verse satisfechos con platos fuertes criollos, hechos con abundancia de carnes y con salsas picantes y con pastas caseras o polenta para aminorar el frío y recobrar fuerzas. También podían saborear el asado18 a la parrilla realizado por don Estanislao en el patio o podían degustar comidas alemanas como chucrut, queso de cerdo, los Maultaschen o los Warenikes, la sopa Schnitzsuppe, el Fülsen. En cada mesa no faltaba el tradicional pingüino cargado de vino acompañado por un sifón de soda de vidrio y cabeza de plomo.”

Los Reser-Loos manejaron el Hotel El Ferroviario hasta los primeros años de la década de los ’60. Para entonces  cada uno de los hijos de la pareja había encausado su propio destino , algunos de ellos radicados muy lejos de Patagones, y por otra parte la intensidad comercial del barrio de la estación ferroviaria había disminuido en forma considerable.

El fondo de comercio pasó a manos de Lito Melinger  y su familia, y en esa nueva etapa el alojamiento de viajeros y ferroviarios pasó a segundo plano, haciéndose muy popular el restaurante de esa antigua esquina como lugar de encuentro para habitantes de Patagones y Viedma en torno a comilonas abundantes, amenizadas con eventuales actuaciones de guitarristas y cantores.

En algún momento, ya en los ’70, Melinger dejó el arrendamiento de ese local.  El edificio pasó a ser un inquilinato compartido por varias familias y más recientemente fue alquilado por un taller de tapicería.

El rescate de preciosos detalles del funcionamiento aquel hotel Ferroviario de Patagones es un valioso aporte a la reconstrucción de aspectos populares de la vida cotidiana en nuestra Comarca. Bienvenido este trabajo (que se puede consultar completo en   https: //www.upso.edu.ar/historias-del-sudoeste-bonaerense/) y felices de nosotros que podemos disfrutar de placenteros momentos de nostalgia. (APP)

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