domingo, 12 de enero de 2020

La Trochita magica

El mágico mundo de La Trochita

En El Maitén se encuentra el museo ferroviario que guarda los mejores tesoros del Viejo Expreso Patagónico.
El histórico trencito patagónico recorría 402 kilómetros y doblaba en más de 600 curvas entre Jacobacci y Esquel.

ESQUEL Chubut 12 Ene(Diario Jornada).-Por las calles del pueblo, y principalmente en los alrededores de la estación, se conservan las viviendas construidas con los durmientes centenarios de quebracho colorado, pegados con una argamasa que soportó más de 80 inviernos patagónicos y destacan la arquitectura singular de la localidad cordillerana.

El histórico trencito patagónico, con su trocha “económica” de sólo 75 centímetros, recorría 402 kilómetros y doblaba en más de 600 curvas entre Jacobacci y Esquel. El Maitén siempre fue importante por su ubicación estratégica, donde se montaron los talleres de mantenimiento del ramal, hasta principios de los ’90, cuando se ordenó su clausura y cientos de familias se vieron obligadas a emigrar.

El museo ferroviario fue inaugurado el 29 de agosto de 2004 utilizando el viejo salón de “Vías y Obras”. Ya antes de ingresar al edificio, el mundo del Viejo Expreso Patagónico se muestra en toda su dimensión con las locomotoras a vapor preparando la próxima salida, el enjambre de vías, el tanque de agua de altura asombrosa, el andén esperando a los turistas y la charla amable de algún lugareño, siempre dispuesto a contar cada detalle de un tiempo pasado que siempre fue mejor.

“Los primeros campamentos fueron de chapas, reemplazados por las casas de durmientes, que garantizan una construcción de por vida ”, detalla Carlos Kmet, considerado “una enciclopedia andante” de La Trochita. Ingresando al salón pondera también “la pinotea del cielorraso, antes se hacía todo con madera de primera, lo mismo los muebles, los vagones y sus asientos de cedro”.

Su otra pasión son “los planos a escala de las locomotoras Baldwin (Estados Unidos) y Henschel (Alemania)”, exhibidos en una de las paredes junto al frente de una vieja máquina -en su tamaño original- con su miriñaque característico. “Todos los coches y vagones eran de origen belga, de 1922”, remarca. “En el ramal llegamos a tener 24 locomotoras en servicio, a las que se hacía una reparación general cada 8 años. Cada pieza que se cambiaba en el taller era exactamente igual a la que traía de fábrica”, reseña sobre los tornos y herramientas que aún están en uso.

Sobre la clásica “zorrita” exhibida, Kmet recuerda que “eran de tracción a sangre, a cargo de la propia cuadrilla siempre dispuesta a salir para despejar las vías. Su trabajo era fundamental en aquellos inviernos tan nevadores”.

Otra de las vitrinas muestra los teléfonos a magneto y otros aparatos dedicados a las comunicaciones: “Pegado a las vías siempre había un posteado con cables conectados a cada una de las estaciones, principalmente con las oficinas de control de trenes. El guarda llevaba un teléfono portátil con una caña y cuando había algún inconveniente se podía comunicar enseguida”, acota mientras muestra “un telégrafo que fue indispensable durante las primeras épocas”.

Por supuesto, la salamandra de hierro fundido –fabricada en los mismos talleres y alimentada a carbón de piedra- recuerda las anécdotas de aquellos mochilleros de los ’70 tocando la guitarra y los campesinos calentando su olla de comida para matizar las largas horas de un viaje que unía parajes tan remotos como Leleque, Mayoco, Fitalancao o Cerro Mesa.

Un tablero con muchas chapitas ordenadas cuidadosamente “servía para el control de entrada y salida del personal. Algunas tenían el nombre y otras un número. Cuando tocaba la sirena de ingreso al taller, el capataz sabía con certeza quienes habían faltado”, explica Carlos Kmet. Los nombres impresos demuestran que “había de cada pueblo un paisano”, con mezcla de apellidos mapuches, rusos, italianos, polacos. “Muchos se quedaron en el ferrocarril y otros se fueron a El Bolsón y El Hoyo a cultivar chacras”, grafica.

Aún cuando Ferrocarriles Argentinos “tenía su propia usina en El Maitén, que funcionaba desde las 5 hasta la medianoche”, los faroles a querosene con distinto formato y luces (algunos para cambio de vías, otros para señales a los maquinistas o maniobras diversas), completan otra de las estanterías del museo. “Estas lámparas de carburo las usaban los operarios para trabajar dentro de las calderas de las locomotoras, que son bastante oscuras”, subraya el jefe de los talleres, ya jubilado.

Balanzas para pesar las cartas que luego se subían en sacas especiales al vagón postal, enormes pilas para los teléfonos o los artículos propios de la administración (máquinas de escribir y planilleras de 200 espacios, sellos, secantes) subrayan que “fueron años donde la influencia de los ingleses se hizo notar, aunque hay varios elementos que son de industria argentina”.

La indumentaria de época –conservada en una vitrina especial- recuerda a los guardas y maquinistas vestidos a la vieja usanza y “es uno de los tramos más emotivos del museo. Cada operario tenía su uniforme característico –uno para verano y otro para invierno-, además de las botas, borceguíes, medias, guantes y pasamontañas que proveía la misma empresa”, según Kmet.

El museo está abierto de lunes a viernes, de 8 a 14 horas, con entrada libre y gratuita, y cuenta con personal especializado para hacer las visitas guiadas. Durante la temporada veraniega forma parte de la excursión en el Viejo Expreso Patagónico, desde la estación El Maitén hasta el paradero Bruno Thomae.

La bicicleta, la guitarra, la armónica, los dibujos y una foto de José Argentino Mariguan están en un lugar privilegiado del museo. “Fue el hijo de un ferroviario y se crió en una casa pegada a las vías. Quedó huérfano muy jovencito y creció entre nosotros, yendo del taller a Vías y Obras o a la estación donde todo el mundo lo conocía. Cuando cerró el ramal y la provincia del Chubut lo reabrió para los viajes con turistas, aún con su discapacidad se hizo famoso a través de la música y los dibujos que ejecutaba arriba de los vagones. Falleció víctima de una enfermedad cuando tenía no más de 24/25 años y entonces nació la leyenda del duende de La Trochita”, recuerda Carlos Kmet.

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