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lunes, 13 de agosto de 2018

Victorino, el último guardián

Victorino, el último guardián de la estación de trenes

Verónica y Juana Garcés desempolvaron los recuerdos de más de 69 años de su papá. Foto: Martín Gómez.

SAN LUIS 13 Agos(El Diario de la Republica).-Nació en San Luis y pasó su vida entre andenes. En 1993 despidió el último vagón. Falleció en el 2000. 

"Ningún tren podrá salir de una estación, sin la orden del jefe", recordaron Verónica Garcés y Juana Garcés, hijas de Victorino. Las dos visitaron la redacción de El Diario de la República para contar la historia de su papá, el último jefe de la estación del Ferrocarril General San Martín.

Con un caminar pausado, Verónica tomó la posta, subió las escaleras cargando dos grandes bolsas, una negra y otra celeste. Con mucho cuidado las apoyó sobre la mesa, miró a su hermana, y juntas desempolvaron los recuerdos que tenían atesorados.  

En una de ellas, había una gorra de color azul marino, en el frente todavía tenía escrito "jefe", de la otra sacaron una caja de cartón en donde guardaban fotos de los vagones, boletos de tren, planos, entre otras reliquias de la época. Sentadas una al lado de la otra se dispusieron a relatar cómo fue vivir entre vagones. 
Victorino nació en Eleodoro Lobos, un paraje ubicado en el Departamento Coronel Pringles. A sus ocho años por circunstancia de la vida se tuvo que ir a vivir a Buenos Aires. "Mi abuela estaba embarazada y no lo podía criar.  Una tarde fue hasta la estación de tren y por la ventanilla se lo entregó a una tía para que lo llevara. Nunca más volvió porque mi abuela falleció en otro parto", contó Verónica con los ojos vidriosos. 

La historia de la familia Garcés está trazada por los andenes del tren. El puntano a sus 18 años terminó el Ejército y empezó a trabajar en la parte administrativa del ferrocarril de Buenos Aires. En ese entonces en la vieja ex estación de tren necesitaban a una persona que cubriera el cargo de "relevante" (suplente), fue ahí donde tuvo la posibilidad de volver a su tierra natal. 

La primera estación de ferrocarril, estaba ubicada sobre la calle Ejército de los Andes,  frente a la plaza Colón, (terminal de ómnibus) hoy ocupada por la Universidad Nacional de San Luis (UNSL). "En esos tiempo los trenes se descarrilaban y no funcionaban bien, por eso decidieron crear la vieja estación. Le ofrecieron el trabajo y mi viejo no dudó ni un segundo, finalmente se vino para acá", expresó Juana, quien comentó que en ese momento nadie quería tomar el puesto. 

"El trabajo no era sencillo, un día le tocaba ir a Donovan, otro a Fraga, no tenía un lugar fijo. Unos años más tarde hicieron un concurso para que alguien ocupara el puesto de jefe de estación y no se presentó nadie, se lo ofrecieron a él y tomó el puesto con 24 años", dijo la mujer. 

No sólo era trabajo en la vida de este joven soñador, sino que también entre un tren y otro conoció el amor. "Mi mamá Paulina Lavezzi, vivía en una casa atrás de los ferrocarriles al frente de la estación con sus papás. Ella trabajaba en la Casa de Gobierno y todos los días pasaba caminando por el andén.  Mi papá siempre la veía pasar, los dos se miraban pero no se decían nada", dijo con una pícara sonrisa Verónica, quien recordó que en ese entonces a Paulina le dijeron que tuviera cuidado porque Victorino estaba "noviando". 

"Un día mi madre tenía una fiesta en su lugar de trabajo y fue decidida a invitarlo a mi papá, quien por supuesto no se negó y fue aunque tuviera pareja. Charlando él le blanqueó la situación y le dijo que se iba a separar. Seis meses después se casaron", resaltó la hija. 

Como era de esperarse los papás de Paulina corroboraron que la información sea cierta y la separación efectiva, recién ahí autorizaron a que la relación avanzara. "Se enamoraron, los dos se quisieron mucho", contó. 

Parecía que el tiempo no había pasado, los recuerdos estaban intactos, tal es así que Verónica sacó un teléfono del bolsillo de su campera y lo puso sobre la mesa. Se tomó unos segundos, contuvo la respiración y paso seguido se escuchó la voz de un hombre, era la de Victorino, quien hablaba en una entrevista y contaba como funcionaba la estación. Sus ojos se llenaron de lágrimas, miró a su hermana y recordó cómo era su vida en ese entonces. "Había dos horarios en los que pasaba el tren, uno a las nueve de la mañana que iba de Buenos Aires a Mendoza y otro a las ocho de la noche que era de Mendoza a Buenos Aires. Antes de que salieran mi papá tocaba tres campanadas. 

La primera era una advertencia, en la segunda todos los pasajeros tenían que estar arriba y la última anunciaba la partida", detalló la hija, mientras cerró sus ojos y visualizó en donde se ubicaba esa campana. 

"Estaba detrás de la estación, era de bronce y él era el único que la podía tocar, una sola vez me dejó hacerlo a mí", contó. "En mi niñez y adolescencia vivíamos en la estación, yo tenía prohibido subir al primer piso porque ahí se hospedaban los guardas que tomaban el tren a la mañana", señaló Verónica, quien agregó que todavía conservan los planos originales de 1800. 

"Cuando la remodelaron no sabían que existía un altillo, yo lo conocía porque era escurridiza y por ahí me solía escapar. En ese entonces tenía ocho años, era mi castillo y el único en San Luis, más no podía pedir", expresó con sus ojos alegres. "Cuando salía un tren me subía siempre, iba hasta la cocina a pedir algo rico y me bajaba. Por eso mi papá decidió dejarme en la oficina de él porque era peligroso, yo solo quería jugar", aseguró. 

Dentro de la caja azul, habían fotos de los trenes. Las hermanas tomaron una y juntas describieron cómo fue viajar en ellos. "Nosotras teníamos pases libre, pero nunca te lo podías olvidar. Todo estaba cronometrado, en un vagón habían cinco dormitorios, tenían sillones tipo inglés. Además estaban divididos por clase, pullman, primera y turista. Había un coche comedor espectacular donde desayunábamos y cenábamos", rememoraron. 

El último tren que pasó por la estación en donde estaba Victorino fue en 1993. "El tenía 65 años y trabajó hasta último momento, no se quería resignar a que no estuvieran más. Hasta que no quiso pasar nunca más por ese lugar porque estaba abandonado", señaló Juana.   

Para Victorino la estación era su vida, tal es así que hasta en el último tiempo todavía recordaba e imaginaba como era el sonido de la locomotora y veía las luces del tren. "Eso le sucedía cuando tenía ataques de presión. Falleció en el 2000 y su último pedido fue volver a la estación donde comenzó su viaje, en Eleodoro Lobos ", finalizó la mujer. 

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