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viernes, 18 de mayo de 2018

Viajar en tren

Viajar en tren, una experiencia desigual según el ramal 
por Camila Breton

    La terminal de Retiro del tren Mitre restaurada Fuente: Archivo

Estoy parada en el andén mirando la copa de los árboles, escuchando el ruido de la locomotora del tren diésel llegar y pienso en el campo. En el campo y en otra época, aquella en la que vivió mi abuela cuando era joven, quizás veía lo mismo que veo yo ahora.

Es martes, el sol apenas quiere y cuando el tren rojo, como todo el mundo llama al Ferrocarril Belgrano Norte, finalmente se detiene frente a la estación de Don Torcuato intento subir pero no puedo. Hay tanta gente que muchos van colgados. Cuerpos pesados, mitad adentro, mitad afuera, apenas sostenidos por la fuerza de un brazo y cinco dedos agarrados a un pasamanos. Miro la hora en el celular y decido esperar al próximo que, si no lo cancelan, llegará en veinte minutos.

Finalmente subo al de las ocho y media, no porque haya menos pasajeros y no esté desbordado, sino porque entro a los empujones hasta encontrar un microespacio. Alrededor mío todos viajan igual, de pie, apretados como en el medio de un pogo en un recital. Nunca veo personas en silla de ruedas, ellos tienen la entrada prohibida acá. Porque para poder viajar en este tren que une al Partido de Pilar con la ciudad de Buenos Aires en un recorrido de 54 kilómetros hay que subir dos escalones.

El día en la ciudad pasa rápido y a la tarde quedo en ir a visitar a una amiga que vive en Olivos. Entonces vuelvo a Retiro, pero esta vez me tomo el ramal Mitre a Tigre. Camino rápido por una estación recién remodelada de estilo francés con toques ingleses hacia el andén 1 y subo al segundo vagón pintado de celeste y blanco. Esta vez tengo suerte y voy sentada, frente a dos turistas brasileños. Hace tiempo que no hago este recorrido y quizás por eso recién ahora me doy cuenta de que este tren es mucho más silencioso que el rojo. Lo trajeron 0 km de China en 2014: tiene calefacción, aire acondicionado, puertas automáticas y cada 4 o 5 minutos se escucha la voz suave de una mujer amable indicando el nombre de la próxima estación.

Mientras dura el viaje no vuelvo a pensar en el campo ni en la época de cuando mi abuela era joven. Sino que ahora me imagino en otro país, porque supongo que así deben ser los trenes en otras partes del mundo. ¿Por qué será que existe tanta diferencia entre un ramal y otro?, ¿por las zonas que recorren? El boleto, sin embargo, cuesta lo mismo.

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